Un texto antiguo, de la época del Metroflog, cuando todavía tenía trabajo.
Vidas que dejan de serlo. Salen lentamente de sus hogares cuando la ciudad está roncando, languidecidas, sosegadas, rostros sin expresión alguna que un día lucieron sonrisas, algunos fingen seguir teniéndola, otros reflejan la apatía de quien ya no aspira a nada, pero todos revelan una sumisión automática, una sumisión ya instintiva, involuntaria, subconsciente.
Unos ojos entornados por el sueño examinan la enorme puerta metálica que están apunto de atravesar, la miran como si tuvieran algo que reprenderle, la odian con toda su alma, y al dejarla atrás vuelven la vista un segundo sin detenerse para dejar clara su aversión. Los ojos, y el rostro al que pertenecen, que a su vez pertenece a una vida que ha quedado tras la puerta, se aúnan ahora a otros ojos, a otros rostros que han dejado sus vidas junto a la suya, apiladas en un montoncito bajo la luz crepuscular, esperando que acabe la jornada para que sus respectivos dueños vengan a recogerlas, se las echen al hombro y se las lleven a casa, donde volverán a estar juntos hasta el día siguiente, que serán de nuevo nada, nada esperando como espera un perro a su dueño a la puerta de un comercio, atado a una farola, con la cabeza sobre las patas delanteras, impasible.
Los rostros, sin vida, pero vivos al fin y al cabo, continúan enclaustrados, aislados de todo, viéndose sin mirarse los unos a los otros mientras bucean en sus propios pensamientos. Y ese ruido, ese ruido que para el mundo exterior sólo es música de fondo, tan leve como el sonido del viento, pero tan estentóreo allí dentro, se introduce en medio de sus mentes, irrumpiendo así en sus meditaciones, una mezcla de sonidos espantosos les perturba, gritos, maquinaria, y la música de una vieja emisora de radio que de vez en cuando también se suma sin pedir permiso a la bacanal, estimulando a unos, enloqueciendo a otros, tratando sin éxito de llamar la atención de quien la ignora.
Como activistas en huelga, los minutos parecen haber decidido frenar en seco, sonriendo con guasa, cínicos, entre burlas y cortes de manga, desesperando a aquellos que hacen reclamo de sus servicios. Todo parece envuelto en una tétrica atmósfera de desesperación y hastío, parecida a un denso humo que se cuela por todas partes, asfixiando a cuantos lo inhalan, colándose por cualquier cavidad del alma para ir deteriorándola muy poquito a poco sin que ésta se dé cuenta.
Y así, como si huyeran del sol, se concentran soledades, frustraciones y añoranzas. Condenados al fracaso, viven estos ejércitos de sueños rotos, de espaldas a todo, presos de una rutina asfixiante, y a las puertas de sus cárceles de acero y hormigón, en un estéril y triste montón, sus vidas.
- Kevin Laden -
Euskalduna 40 Urte
Hace 9 horas
A veces, apagas el chip. Otras tantas, tu eres el chip.
ResponderEliminar:)
Ey, hola, muchas gracias por agregarme... leo tu blog con todo el detenimiento que me da esta cabecita loca, cabeeeecita looooca
ResponderEliminar