"Es evidente que el glorioso alzamiento popular del 18 de julio de 1936 fue uno de los más simpáticos movimientos político-sociales de que el mundo tiene memoria. Los observadores imparciales y el historiador objetivo han de reconocer que la mayor y la mejor parte del país fue la que se alzó, el 18 de julio, contra un Gobierno ilegal y corrompido, que preparaba la más siniestra de las revoluciones rojas desde el poder".
- Manuel Fraga Iribarne -
Al fin llegó la ansiada extinción del último reptil fósil del franquismo más prehistórico, la del anciano de ininteligible pronunciación y de andares cuanto menos, curiosos, que parecía haber pactado con el diablo para no perecer nunca. Ahora sabemos que tal pacto jamás tuvo lugar. El último atisbo de brillo en los ojos de un personaje siniestro que miró al pasado y se carcajeó de él mientras firmaba la Constitución Española con la misma mano con la que tantas sentencias de muerte había firmado. El último latido de un corazón tan negro como el águila de San Juan que sirvió como soporte al escudo de la bandera preconstitucional. El último suspiro de un ser abominable que no dio respiro a aquellos que lucharon por una democracia justa y digna, una democracia, por cierto, que jamás volvimos a tener en este país desde el alzamiento militar de 1936 que éste individuo defendió a ultranza y justificó hasta el día de su muerte. Me entero del fallecimiento de Manuel Fraga antes de irme a trabajar, mirando como de costumbre la prensa en internet, consultando el correo y leyendo algunos desmanes verbales en Facebook, y lo que debiera ser una buena noticia para todos los que detestamos a los fascistas, resulta que ha acabado sabiendo más bien a poco.
Dicen de él en televisión que fue un veterano político, pero pasan de puntillas por sus 35 años al servicio de la dictadura de Francisco Franco, prefieren (como ha afirmado Rubalcaba) “quedarse con el Fraga que supo entender la necesidad de cambiar, integrarse en el sistema democrático y conseguir que con él se integrara una parte de la derecha franquista”. Por supuesto, Rubalcaba no es el único que ha preferido quedarse con el Fraga demócrata y de rostro amable, no era de recibo que medios como Telecinco o Antena 3 (a los que sólo les ha faltado llorar a moco tendido), recordaran a aquel Ministro de la Gobernación del “Carnicerito” de Málaga, que en marzo de 1976 fue partícipe del asesinato de cinco trabajadores en huelga contra el decreto de topes salariales que celebraban, junto a otros compañeros, una asamblea en la Iglesia San Francisco de Asís, en Vitoria. A aquel Ministro de Información que en 1963 presentó un dossier desprestigiando al comunista Julián Grimau tras haber ordenado su detención y posterior asesinato, con tortura y defenestre incluidos, tampoco conviene recordarlo. Las últimas ejecuciones del franquismo corrieron también de su cuenta, logrando así que el monstruo de la dictadura muriese matando, al alba, como cantó entonces Aute con voz desgarrada a ese maldito baile de muertos.
Fraga fundó el partido que hoy votan diez millones de españolitos de bien. El gallego al que todo el mundo recuerda por su baño radioactivo, quizá por efectos del mismo, mutó hasta pasar de ser un miembro plenamente activo de la dictadura, a convertirse en uno de los “padres de nuestra democracia”, adaptándose a los nuevos tiempos para poder seguir viviendo de la política en las condiciones que hicieran falta, unos lo llaman reformista, otros lo consideramos un eterno oportunista. De las seis décadas que pasó ostentando cargos en la política española, queda el eco de una frase que hoy se repite constantemente, “Fraga dedicó su vida a España”, él mismo lo dijo, y quizá es cierto que lo hizo, ya que todo lo que hizo por la dictadura hoy se lo devuelve nuestra bien querida democracia en forma de elogios, pero cuando los huesos de aquellos que no sólo dedicaron su vida, sino que se la dejaron defendiendo la libertad, se encuentran todavía desperdigados por las cunetas de todo el país, y los que sobrevivieron están falleciendo sin que nadie reconozca todavía su honrosa valentía y su incansable labor, a muchos nos avergüenza que hoy se llore a un verdugo como Iribarne, un criminal que afirmó con arrogancia que la calle era suya, que alegó con escalofriante frialdad que habría que ponderar a los partidos nacionalistas “colgándolos de algún sitio” y que, con el fervor católico que le caracterizaba, aseguró que la homosexualidad “es una anomalía”. Nos han hecho creer que la reconciliación ha sido ejemplar, que “don Manuel” supo adecuarse a una nueva era, que aprendió a convivir con la democracia preservado por el pacto de silencio que lo amnistió y logró disimular la sangre de sus manos. Si hasta lo vimos recientemente contando un chiste en un programa de humor. “Mirad la cara amable de los asesinos, reíd, pues los ejecutores y los torturadores también tienen sentido del humor, ¿es que no podéis olvidar y perdonarlos de una vez?”. Pues no, ni tan siquiera nosotros, los más jóvenes, podemos olvidar a Puig Antich ni perdonar Montejurra. La transición se permitió el lujo de perdonar por boca de quienes nunca perdonaron, de olvidar por quienes se negaron a olvidar y de equiparar a quienes atacaron con quienes se defendieron, y aquí nunca hubo paz y la gloria la acapararon los caídos por dios y por España, los sicarios de dios.
Así que ha muerto ese padre que nadie nos preguntó si queríamos tener, con loas y honores, con cristiana sepultura, recordado en televisión como “un hombre con muchos rostros”, pero somos muchos los que siempre recordaremos el único rostro que tuvo ése al que llaman hombre, el rostro de un tipo codicioso y siempre sediento de poder, un homicida cuyo pulso jamás tembló a la hora de ordenar ejecuciones y linchamientos, un prepotente y maleducado anciano que, digámoslo todo, no merecía morir así, sin juicio ni condena, sin justicia. Por eso algunos no nos alegramos de la muerte de don Manuel, porque hubiésemos preferido que la cama que lo vio irse hubiera sido la de una celda, y su sepultura, una zanja en una cuneta, como sus víctimas, como el perro que era.
- Kevin Laden -
Dicen de él en televisión que fue un veterano político, pero pasan de puntillas por sus 35 años al servicio de la dictadura de Francisco Franco, prefieren (como ha afirmado Rubalcaba) “quedarse con el Fraga que supo entender la necesidad de cambiar, integrarse en el sistema democrático y conseguir que con él se integrara una parte de la derecha franquista”. Por supuesto, Rubalcaba no es el único que ha preferido quedarse con el Fraga demócrata y de rostro amable, no era de recibo que medios como Telecinco o Antena 3 (a los que sólo les ha faltado llorar a moco tendido), recordaran a aquel Ministro de la Gobernación del “Carnicerito” de Málaga, que en marzo de 1976 fue partícipe del asesinato de cinco trabajadores en huelga contra el decreto de topes salariales que celebraban, junto a otros compañeros, una asamblea en la Iglesia San Francisco de Asís, en Vitoria. A aquel Ministro de Información que en 1963 presentó un dossier desprestigiando al comunista Julián Grimau tras haber ordenado su detención y posterior asesinato, con tortura y defenestre incluidos, tampoco conviene recordarlo. Las últimas ejecuciones del franquismo corrieron también de su cuenta, logrando así que el monstruo de la dictadura muriese matando, al alba, como cantó entonces Aute con voz desgarrada a ese maldito baile de muertos.
Fraga fundó el partido que hoy votan diez millones de españolitos de bien. El gallego al que todo el mundo recuerda por su baño radioactivo, quizá por efectos del mismo, mutó hasta pasar de ser un miembro plenamente activo de la dictadura, a convertirse en uno de los “padres de nuestra democracia”, adaptándose a los nuevos tiempos para poder seguir viviendo de la política en las condiciones que hicieran falta, unos lo llaman reformista, otros lo consideramos un eterno oportunista. De las seis décadas que pasó ostentando cargos en la política española, queda el eco de una frase que hoy se repite constantemente, “Fraga dedicó su vida a España”, él mismo lo dijo, y quizá es cierto que lo hizo, ya que todo lo que hizo por la dictadura hoy se lo devuelve nuestra bien querida democracia en forma de elogios, pero cuando los huesos de aquellos que no sólo dedicaron su vida, sino que se la dejaron defendiendo la libertad, se encuentran todavía desperdigados por las cunetas de todo el país, y los que sobrevivieron están falleciendo sin que nadie reconozca todavía su honrosa valentía y su incansable labor, a muchos nos avergüenza que hoy se llore a un verdugo como Iribarne, un criminal que afirmó con arrogancia que la calle era suya, que alegó con escalofriante frialdad que habría que ponderar a los partidos nacionalistas “colgándolos de algún sitio” y que, con el fervor católico que le caracterizaba, aseguró que la homosexualidad “es una anomalía”. Nos han hecho creer que la reconciliación ha sido ejemplar, que “don Manuel” supo adecuarse a una nueva era, que aprendió a convivir con la democracia preservado por el pacto de silencio que lo amnistió y logró disimular la sangre de sus manos. Si hasta lo vimos recientemente contando un chiste en un programa de humor. “Mirad la cara amable de los asesinos, reíd, pues los ejecutores y los torturadores también tienen sentido del humor, ¿es que no podéis olvidar y perdonarlos de una vez?”. Pues no, ni tan siquiera nosotros, los más jóvenes, podemos olvidar a Puig Antich ni perdonar Montejurra. La transición se permitió el lujo de perdonar por boca de quienes nunca perdonaron, de olvidar por quienes se negaron a olvidar y de equiparar a quienes atacaron con quienes se defendieron, y aquí nunca hubo paz y la gloria la acapararon los caídos por dios y por España, los sicarios de dios.
Así que ha muerto ese padre que nadie nos preguntó si queríamos tener, con loas y honores, con cristiana sepultura, recordado en televisión como “un hombre con muchos rostros”, pero somos muchos los que siempre recordaremos el único rostro que tuvo ése al que llaman hombre, el rostro de un tipo codicioso y siempre sediento de poder, un homicida cuyo pulso jamás tembló a la hora de ordenar ejecuciones y linchamientos, un prepotente y maleducado anciano que, digámoslo todo, no merecía morir así, sin juicio ni condena, sin justicia. Por eso algunos no nos alegramos de la muerte de don Manuel, porque hubiésemos preferido que la cama que lo vio irse hubiera sido la de una celda, y su sepultura, una zanja en una cuneta, como sus víctimas, como el perro que era.
- Kevin Laden -